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La Revista

Bailando entre la vida y la muerte: la lucha de una mujer trans afgana en Pakistán

Dos personas están sentadas sobre una alfombra, en una habitación acogedora y cálidamente iluminada, con luces multicolores reflejándose en las paredes. Una de ellas, llamada Annie, viste un shalwar kameez beige y gris. Sonríe con dulzura mientras su pareja, vestida de blanco, le toma la mano con cariño.
Annie está sentada en su sala de estar con su pareja, tomados de la mano bajo una luz tenue y colorida.
Crédito de la foto: Jamaima Afridi, 21 de marzo de 2025

El hogar de Annie es humilde. Dos colchones se extienden sobre el suelo alfombrado de su habitación, que también sirve de sala de estar y cocina. Annie prepara té, llenando su hogar de calidez y hospitalidad.

Annie, una mujer trans afgana de veintidós años que vive en Peshawar, se observa con atención en el espejo mientras se arregla para la entrevista. De niña —asignada como hombre al nacer (AMAB)—, siempre disfrutó que la arreglaran. En su Afganistán natal, pasaba horas junto a su hermana, pidiéndole que la maquillara: primero el polvo en el rostro, luego el rubor, el delineado de las cejas y, finalmente, el toque de color en los labios.

“Te has pasado”, decía la hermana de Annie.

En el fondo, Annie sabía que romper con la binariedad de género no era algo occidental; personas queer como ella habían existido desde siempre entre los pueblos Indígenas de su tierra natal. Con su cabello corto y maquillaje, sus hermanas solían llamarla “mujer estadounidense”.

Mientras Annie y yo nos acomodamos para la entrevista, su rostro se iluminaba con los destellos multicolores de la bola de discoteca de la sala. Tonos de azul, verde, rosa y amarillo danzaban suavemente sobre su piel y en las paredes que nos rodeaban. Este espacio, además, es un refugio recreativo donde personas queer se reúnen para celebrar la alegría, bailar y dejar que la explosión de colores rebote entre ellas.

Pero esa alegría que llena la sala contrasta con una realidad mucho más dura fuera de estas paredes.

Las redadas policiales se han vuelto más frecuentes desde que el gobierno pakistaní implementó en 2023 el Plan de Repatriación de Extranjeros Ilegales (IFRP). Esta política introdujo medidas para crear bases de datos exhaustivas de “extranjeros ilegales” y gestionar su arresto, detención, deportación y repatriación. Como resultado, la represión contra los residentes afganos en Pakistán se intensificó, desatando acoso, arrestos arbitrarios, detenciones y deportaciones forzadas de regreso a Afganistán.

Para las personas trans afganas, esta situación es aún más precaria. Muchas no cuentan con documentación válida para residir en Pakistán, como la Tarjeta de Comprobante de Registro (POR)emitida por la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (CDH) o la Tarjeta de Ciudadano Afgano (ACC) otorgada por el gobierno pakistaní. En los últimos meses, incluso quienes poseen documentos oficiales como la ACC han enfrentado deportaciones forzadas.

Annie huyó de Afganistán a los trece años, tras darse cuenta de que su familia no aceptaba su identidad queer. Se mudó a Peshawar junto a su pareja y comenzó a trabajar en una sastrería para sobrevivir. Después de cinco años en la ciudad, sufrió un incidente traumático: mientras actuaba en un espectáculo de danza, fue atacada por un grupo de hombres, recibió un disparo en la pierna y sufrió graves heridas en la cabeza.

“Mi madre lloraba día y noche y convencía a mi padre de que me trajera de vuelta a Afganistán”, recuerda Annie.

Annie regresó brevemente a Afganistán, pero las burlas de su familia extendida no cesaron; no le perdonaban su vestimenta ni su apariencia femenina. Su hermano la golpeaba, destrozaba su ropa y la humillaba constantemente. Obligada a huir una vez más, cruzó la frontera por el paso de Chaman y regresó a Peshawar, donde encontraba una seguridad relativa. Desde que los talibanes retomaron el poder en 2021, Annie no ha vuelto a su país de origen: hacerlo pondría en riesgo su vida.

Annie, con el cabello negro y mojado, está de pie frente a un espejo, pintándose los labios. Tiene una pequeña hilera de tatuajes de estrellas en el cuello y viste un traje gris beige. En el reflejo del espejo, su expresión es concentrada. El estante debajo del espejo contiene artículos de maquillaje y junto a ellos se ve un arreglo floral decorativo.
Annie se mira al espejo mientras se pinta los labios con cuidado: un momento de tranquilidad y autoafirmación.
Crédito de la foto: Jamaima Afridi, 21 de marzo de 2025

Como refugiada afgana indocumentada, con solo educación secundaria, Annie no tiene acceso a empleos formales en Pakistán. Bailar en eventos públicos se ha convertido en su única fuente de ingresos. Por cada presentación, gana entre seis y ocho mil rupias (aproximadamente 20-30 dólares), apenas suficiente para cubrir una semana de comida. Pero para Annie, bailar representa tanto una oportunidad como una contradicción: sobre el escenario puede encarnar plenamente su identidad queer —llevar peluca, maquillarse y bailar libremente—, una expresión que le brinda alegría. Sin embargo, presentarse ante un público exclusivamente masculino también la expone a riesgos constantes. No puede permitirse esa alegría sin quedar vulnerable a la intimidación y la violencia. En una ocasión, después de una presentación, fue acorralada por un grupo de hombres que le exigieron el pago de dos lac (unos 800 dólares), una suma que superaba lo que Annie gana en un año. Incapaz de pagar, fue amenazada, le cortaron el cabello a la fuerza y la agredieron sexualmente.

Aunque la agresión quedó registrada en las cámaras de seguridad, la policía liberó a los atacantes de Annie en cuestión de horas. No era la primera vez que las autoridades encargadas de protegerla le fallaban. Con el tiempo, Annie dejó de confiar en la policía. En febrero, mientras caminaba de noche por el bazar, fue abordada por varios hombres; dos de ellos la forzaron a subir a un coche, la golpearon y le desgarraron la ropa.

“En el momento en que me rompieron la ropa, supe que no querían robarme. Querían hacer algo más brutal”, dijo Annie.

De alguna manera, logró escapar del coche y gritó pidiendo ayuda. Annie llamó a una amiga, quien la llevó a un hospital público. Allí, encontró un espacio separado para pacientes trans, un avance respecto a prácticas anteriores en las que los hospitales les negaban tratamiento, lo que a menudo les costaba la vida. Aunque estos esfuerzos por crear espacios específicos para personas trans han sido bien recibidos por la comunidad, no son suficientes para garantizar el acceso a una justicia sanitaria plena. Mientras Annie recibía atención por sus heridas, la policía se negó a registrar su Primer Informe de Investigación (FIR), un documento crucial que permite a las autoridades iniciar la investigación de un delito.

“En tu comunidad siempre hay problemas así”, le dijo la policía a Annie.

Según el abogado Aminullah Khan Kundi, muchas personas trans no denuncian los casos de violencia, abuso y acoso por miedo a represalias. A menudo, una vez que se registra el caso, la víctima se encuentra aún más vulnerable. El agresor la intimida y la amenaza con más violencia si no retira los cargos. Incluso cuando se presenta un FIR, en muchos casos se llega a un acuerdo económico entre las partes. Es común que la policía coluda con el acusado para evitar que haya consecuencias, y el caso desaparece en pocas horas.

Ante la falta de mecanismos legales que garanticen justicia, Namkeen Peshawri, activista trans y residente en Peshawar, ha promovido el apoyo comunitario para las víctimas. Dirige un grupo de apoyo trans, integrado por personas trans pakistaníes y afganas, y ofrece alojamiento y asistencia a quienes huyen de Afganistán. A través de su colectivo, Namkeen también brinda refugio comunitario a personas trans afganas, acogiendo a quienes lo necesitan y alentando a sus amigas pakistaníes a hacer lo mismo.

“No creo en las fronteras. Las mujeres trans afganas somos como hermanas. Hablamos el mismo idioma”, afirmó Namkeen.

La actitud de la policía hacia las personas trans en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, en el noroeste de Pakistán, también es hostil. En un video de TikTok que recientemente resurgió y fue compartido más de 10.000 veces, se muestra cómo dos policías interrumpen un evento de baile con artistas trans. Ante esto, un grupo de mujeres trans se reunió alrededor de los agentes, aplaudiendo. A diferencia del aplauso convencional, el aplauso hijra ocupa más espacio, tanto visual como auditivamente, y puede expresar una gama de emociones, desde felicidad y apoyo (joban) hasta ira o incluso el inicio de una protesta. Cuanto más fuerte y entusiasta es el aplauso, mayor es la fuerza del mensaje que se transmite.

El policía dijo: “Tienen que pedir permiso a la comisaría para tales eventos. Al menos veinte personas de la zona se han quejado de no poder dormir”.

“Esto es una boda”, interrumpió una de las presentes. El policía levantó el dedo y afirmó: “Hay una manera de hacer las cosas”.

El video de TikTok revela la dinámica de poder entre las personas trans y los agentes de policía, mostrando cómo se vigilan los espacios queer y el tono condescendiente con el que se trata a las personas trans. Esta vigilancia estatal tiene sus raíces en un legado colonial, iniciado por los británicos al criminalizar a las personas queer en el subcontinente bajo la Ley de Tribus Criminales de 1871. Según la historiadora Jessica Hinchy, los británicos clasificaron a las hijras (un término general para las personas queer) como parte de las “tribus criminales”, un grupo que incluía a nómadas y personas queer, ya que desafiaban las nociones coloniales de fronteras, movilidad y ocupación. Al criminalizar a las hijras, los colonizadores facilitaron su monitoreo, control y vigilancia.

Annie mira por la ventana de su apartamento, disfrutando de la luz de la mañana y del paisaje urbano de Peshawar.
Crédito de la foto: Jamaima Afridi, 21 de marzo de 2025

El cinturón tribal de la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, anteriormente conocido como las Áreas Tribales bajo Administración Federal (FATA) y que limita con Afganistán, ha sido especialmente vulnerable a la vigilancia y el control policial. Durante la era colonial, se implementó el Reglamento de Delitos Fronterizos (FCR), que no reconocía a estas regiones como parte del sistema constitucional de Pakistán, sino como una zona de excepción donde se suspendía el estado de derecho. Esto permitía la aplicación de castigos colectivos, detenciones arbitrarias y justicia administrativa. Este marco legal proporcionó al Estado pakistaní la justificación para imponer vigilancia, desplazamientos forzados y militarización como parte de su estrategia de seguridad.

Aunque la FCR fue abolida en 2018, los vestigios del legado colonial siguen afectando la economía de las personas trans, en su mayoría afganas. Namkeen Peshawri señala que las mujeres trans que residen cerca del cinturón tribal son especialmente vulnerables a ataques y vigilancia. Explica que los líderes religiosos, o ulemas, han emitido fatwas (sentencias) contra las personas trans, acusándolas de ser responsables de propagar la vulgaridad. Ante la prohibición de los espectáculos de danza en la región, el sustento de las personas trans se ha visto gravemente comprometido. Namkeen conoce al menos a cincuenta mujeres trans que viven al día y se ven obligadas a recurrir al trabajo sexual, lo que las expone a altos riesgos de violencia, abuso y enfermedades.

Annie sueña con mudarse al extranjero y solicitar asilo, como ya lo han hecho algunas de sus amigas. Confía en que, fuera de Pakistán, podría vivir con mayor libertad, seguridad y dignidad.

“Mi vida es como la de un perro. Ladra todo el día, pero por la noche se retira a un rincón y se queda callado. Todo el día intentamos llegar a fin de mes, vamos a bailes y luego nos acorralan en silencio”, dijo Annie. Para Annie, regresar a casa no es una opción: regresar a Afganistán significaría arriesgar su vida.

“Mi madre me llama huérfana”. A Annie se le quiebra la voz y rompe en llanto al recordar su hogar y su familia.

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Sobre la autora:

Rida Khan es una persona aspirante a académica. Sus intereses de investigación se centran en la intersección de la teoría queer, la migración y la etnicidad. También es organizadora feminista.